Federico González
Analista político. Psicólogo. Encuestador.
En abril de 2020 hubo un presidente que, junto a enfermeros y médicos, era aplaudido y vivado por la ciudadanía todas las noches. Ese presidente aclamado que aparecía con un perfil dialoguista, responsable y sereno llegó a tener un 80% de aprobación pública. Y podía referir con naturalidad que el Jefe de Gobierno porteño Horacio Rodríguez Larreta era su amigo.
Pero, ya lo sabemos, los momentos felices suelen ser fugaces. Porque la realidad adversa siempre acecha a la vuelta de la esquina. Al fin y al cabo, nadie tenía una receta clara para afrontar una pandemia. Y por si eso no fuera poco, apareció Cristina. O el sello de Cristina. O su sombra.
La privatización de Vicentín, la reforma de la justicia, la toma de fondos de CABA para atender crisis policiales de la provincia de Buenos Aires, las críticas arteras a la ciudad opulenta gobernada por su ahora ex amigo prontamente devenido en blanco opositor, etc. Entonces la sombra de Cristina dejo de ser una entelequia espectral para constituirse en una realidad fáctica.
Ciertamente sería injusto atribuir los errores del gobierno a la injerencia de Cristina. Es claro que el Vacunatorio VIP y el Olivos Gate fueron de cosecha propia. Pero no es menos cierto que, día a día, mes a mes, el Presidente Alberto Fernández se fue Kirchnerizando. Sea en nombre de la Unidad, sea por necesidad o por mero instinto de supervivencia, lo cierto es que Alberto ya no volvió a ser aquel presidente aplaudido, sino el socio minoritario de una coalición cuya voz más potente se hacía escuchar.
Pero, ya lo sabemos, los momentos felices suelen ser fugaces. Porque la realidad adversa siempre acecha a la vuelta de la esquina. Al fin y al cabo, nadie tenía una receta clara para afrontar una pandemia. Y por si eso no fuera poco, apareció Cristina. O el sello de Cristina. O su sombra.
En la historia Bíblica, el Rey Salomón debe dirimir el reclamo de dos mujeres que se disputan la maternidad de un niño, en el marco donde a una de ellas se le había muerto un hijo. Cada mujer argumenta ser la verdadera madre del niño vivo. El Rey Salomón pide una espada para sacrificar al niño y conceder así una mitad a cada mujer. La verdadera madre, para salvar a su hijo, miente y
consiente en entregarlo a la falsa madre. Entonces Salomón le otorga el niño a la primera luego de concluir que solo la verdadera madre podría renunciar en aras de salvaguardar a su hijo.
Siglos después, Sigmund Freud, reinterpreta esa historia de un modo inverso: Salomón podría haber llegado a la misma conclusión identificando a la falsa madre. Solo una madre que acaba de perder a su hijo podría consentir la muerte del ajeno, regida por una lógica de hierro: “Si yo he perdido a mi hijo, entonces que ella también pierda el suyo”. Parafraseado la historia de modo simple: “Si algo no será para mí, hasta arriesgaría llegar a perderlo”.
¿Por qué Daniel Sicioli no fue electo presidente en 2015? Como con todo contrafáctico no habrá respuesta contundente. Por aquellos años solía afirmarse que Cristina tenía una profunda subestimación hacia el motonauta gobernador. Para un alma narcisista no hay nada peor que el triunfo de alguien al que se valora como inferior. “Si no es para mí, entonces que no sea para nadie”. Menos para un mediocre. A veces, para poder ganar después, es necesario perder antes. ¡Sobre todo cuando quien pierde es otro!
Ya lo decían en el barrio: para ser un triunfador te la tenés que creer. No existe ningún animal político que, de algún modo, no se piense a sí mismo como superior. Y si uno se cree superior, los otros serán siempre subordinados. Meros actores de reparto de una gran trama tejida por hilos de egolatría.
El poder se expresa de múltiples maneras. A veces, como emanación de un ego inflado. “Patear el tablero” es una buena metáfora de la temeridad. Durante las últimas horas, varios analistas políticos refirieron que Cristina Kirchner pateó el tablero. En algunos juegos de los vínculos interpersonales no siempre gana el más inteligente, ni el más ecuánime, ni el más sabio, sino el más temerario.
El poder se expresa de múltiples maneras. A veces, en la temeridad.
“Cristina es la dueña de los votos”. O de las mitologías que nos determinan
Alguna vez Cristina Kirchner sacó un 54% de los votos. Sin duda, fue un resultado magistral. Néstor Kirchner había fallecido hacía poco. Por aquella época, el consultor Jaime Durán Barba sugería a Mauricio Macri que desistiera de su candidatura presidencial. Su consejo era minimalista: Es imposible ganarle a una viuda.
Sin duda, el 54% de los votos de Cristina no fue porque era una viuda sino porque era una gran política. Aunque no es menos cierto que una gran política que no hubiera enviudado quizás habría obtenido algo menos.
Una vez más, se trata de contrafácticos incontrastables. Pero la realidad de aquel 54% instauró una serie de mitos que aún acechan la política argentina bajo la realidad del mal entendido. Cristina era invencible. Cristina era eterna. Cristina era entonces (y para siempre) la dueña de los votos.
Cuando la dama regresó en 2017 mostró que aún podía seguir dando muchas batallas. Pero fue más aquel mito que el austero 37% finalmente obtenido lo que infló su verdadera competividad. Y esa inflación mitológica le sirvió para —“Sinceramente”— convencer al vasto universo peronista ávido de mitos, que el verdadero regreso era posible.
Entonces, aunque los números no le daban, su inteligencia estratégica pergeñó la alquimia necesaria para consumar el regreso. Alberto y Cristina. La magia de la Unidad. La continuación del mito.
Quien escribe está líneas midió al menos en 10 ocasiones (entre abril de 2020 hasta hoy mismo) qué desempeño tendrían Cristina Kirchner y Alberto Fernández si compitieran en una hipotética elección. Invariablemente ganó el presidente. En Abril de 2019, la proporción era de 70 a 30. Hoy es de 55 a 45 (Con la salvedad de que Cristina Kirchner suele oscilar entre 15 y 20 puntos, mientras que Alberto Fernández alcanzó los 50 puntos en abril de 2020 y hoy apenas llega a 17).
Invariablemente los resultados de esos estudios nunca generaron la más mínima curiosidad mediática, todas las veces que fueron difundidos. Como sostuviera el psicólogo Jerome Bruner: cuando una hipótesis es muy fuerte, se necesita mucha información contraria para refutarla. Y los mitos son algo más que hipótesis fuertes. Hipótesis tan fuerte como los paradigmas, que producen
una ceguera que impide pensar más allá de los mismos.
Como los paradigmas, el poder es en última instancia una atribución colectiva. Si todos piensan que alguien tiene el poder, entonces ese alguien tiene el poder. Desde hace mucho, Cristina Kirchner no es la dueña de los votos. Pero como mucho lo creen, entonces lo es.
Cristina kirchner cantó 33 de mano y no siquiera alcanza a 20. No importa. Muchos le creen. O le temen. O porque le temen, le creen. Vaya uno a saber.
Como la vida, la política es también una expresión del mal entendido. Como en la vida, en la política suelen ganar los más audaces. Aunque a veces sean los más temerarios.
Como en la vida, cuando en la política se juntan la egolatría y la temeridad, se está dispuesto a patear el tablero de todos para salvar la vanidad propia. Extraña paradoja en quien alguna vez ha predicado que “La Patria es el otro”.
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